Me di cuenta de que mi felicidad esa tarde,
estaba en fumarme un cigarro mientras la lluvia y la melaconlía me empapaba,
en un domingo tan triste como mis ojos un día cualquiera,
en un bar perdido por alguna calle de la ciudad,
en la lágrima que me caia mientras oía como recitaba ese poema que me abría heridas,
en mis orgías de andar por casa, como Salem las llama,
en recordar como nos queríamos follando aquella madrugada.
Porque yo prefiero que seamos erróneos e incorrectos.