Las canciones deben ser tristes, porque siempre hablan de desamor, de fracaso; cuando estás en ese momento, tan escaso en la vida, de pasión compartida, no se escribe, se vive

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jueves, 22 de marzo de 2012

Momento de debilidad.

Son exactamente las 4 y 26 cuando se pone el casco y se monta en la Jawa. A pesar de la hora, hay gente y ruido en las aceras. Conduce por las estrechas calles del casco antiguo de la ciudad. Todo está cortado. Al llegar al puente, acelera. Va cogiendo cada vez más velocidad y el viento le da en la cara. Siente los dedos congelados y el frío se cuela por sus medias. Aunque al principio le molesta, a los 10 minutos se acostumbra, y a penas le importa. Como él. A todo se acostumbra una, piensa.
Llega a casa y se mete en su habitación. No se oye nada. Por su barrio, hoy la gente está tranquila. Está tan cansada que se quita la ropa, desprendiendo un obsceno sabor a cubata de rón, que por cierto, es lo único que ha querido beber esa noche, y se tumba en la cama. Pero no tiene sueño. No está donde le gustaría estar. Aún suenan las canciones en su cabeza. Que fuerte era hace un rato ahí, aislada de todos los fuegos artificiales, del gentío, con solo música, solo rock. ¿Qué importaba él en un lugar y momento como ese? Y que débil se sentía ahora. Piensa que un cigarro de madrugada no puede hacerle daño. Pero de alguna manera sí le hace. Lo cierto es que las caladas, cada vez más profundas; y los suspiros, acompañan la guitarra de Keith. Y eso sí la destroza. Eso sí la parte en dos.

1 comentario:

  1. El final transmite mucho.
    Lo mejor, para mi, los guiños que cuelas como sin quererlo, besos inmensos.

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